Desde que conocí lo que significaba tener algo por lo que vivir (concepto al que le costó llegar a mí sus veinte años), mis acciones se mueven acorde a este. En mi caso, yo vivo por mi paz.
Con esto no me refiero a ese sueño banal e infantil de querer La Paz mundial; que no haya guerras o hambrunas o desigualdades o violaciones. Esto es, como he dicho antes, un sueño, una esperanza; mejor dicho, una desesperanza.

Es curioso como algo tan aparentemente simple lo cambia absolutamente todo. Algo tan simple como apreciar la vida, algo tan simple como apreciar que estás vivo. Comentaré un poco mi existencia desde que tengo consciencia para fundamentar un poco más mi opinión sobre el tema.
Mis años como adolescente pasaron a través de mi sin avisarme. Me hice responsable de todos los errores que existían en el mundo en el que vivía; me martirizaba pensando que era mi culpa, solo mía. Esto probablemente tenga más que ver con las carencias que encontré en mi infancia que con el mundo, pero una mente de 14 años con la corteza prefrontal apenas en estado de maduración (como lo sigue estando en este instante) tenía la necesidad de proyectar al completo su mundo interno en el externo. Cargué sobre mis hombros un peso desmesurado y elegido incorrectamente. -Es cierto y probable que desde mi posición de privilegio económico no me encuentre en el lugar más objetivo o adecuado para exponer mi visión sobre el mundo, aunque creo necesaria la presencia de mis apuntes sobre él para entender mi realidad.-
El caso es que llegó un momento, un punto de inflexión en mi vida, en el que decidí, por fin, solucionar lo que me estaba aturdiendo. En aquel momento los ataques de pánico superaban la media de 2 veces al día y su duración era de un capítulo y medio de Juego de Tronos en conjunto. La mala relación que tenía con el alcohol desde los 15 (tardía en comparación con mi entorno) me llevó a relaciones más incorrectas aún, pero la que más destrozó probablemente fuera la que tenía conmigo misma (si es que no estaba ya resquebrajada y hecha migas). Mi herencia genética propensa a las adicciones se mantuvo bastante controlada, puede que por haber salido a una temprana edad con algún que otro hombre-niño lo suficientemente roto como para llevar a cabo tales conductas que yo he conseguido esquivar. Aún así, también caí en el tabaco (vicio contra el que lucho todavía hoy), aunque supongo que es un buen balance con respecto a como podían haber sucedido los eventos de mi vida.

Desde ese momento (hace cosa de 4 años) tomé las riendas de mi vida. Me gusta pensar que soy una persona bastante madura y reflexiva, aunque en el fondo sé que estas capacidades (como muchas otras que poseo) nacen del trauma. Mi psicóloga actual y con la que llevo trabajando desde hace más de 2 años siempre se confunde, a día de hoy, con mi edad. Dice que me escucha hablar y se le olvida que solo tengo 21 años. Puede que parezca que esté tirándome flores a mi misma pero lo cierto es que esto es lo único que creo valioso de todas las partes que me conforman, dato que una vez se analiza detenidamente, más que algo que alimenta el ego se convierte en algo triste.
Creo que fue, aunque no recuerdo el momento exacto, hace tan solo año y medio que encontré un motivo para vivir. Hasta entonces las tareas que me encomendaba mi psicóloga las hacía (si es que era capaz de levantarme de la cama) única y exclusivamente porque confiaba en su palabra, y, aún sin frutos a la vista de todo lo que había sembrado, seguí adelante. Podría decirse que solo llevo alrededor de 2 años viva. Puede que no me encuentre dentro de mí del todo todavía, pero nunca he estado tan cerca de conseguirlo.
Todo el ruido que tenía en la cabeza por fin se ha disipado, aunque a veces escucho su eco. Mi paz es lo único que importa, es lo único que puedo controlar, es lo único que me hará libre. Mi consciencia, poco a poco, se las arreglará para mantenerme en el presente, donde debo estar.
Como persona que ha vivido en las dos caras de la moneda (y a veces en el canto) solo puedo concluir diciendo, si es que necesitas escucharlo, que encuentres algo por lo que vivir y vive. No estás destinado a nada más, no tienes que atender presiones o expectativas ajenas. Tu única responsabilidad es tu bienestar; tu única responsabilidad es tu paz.
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