Adiós.
Adiós a mi yo del pasado. A ese yo quebrado, herido, sangrante, roto.
Me despido de ti hoy porque hoy he decidido sanarme. Me he despertado y en el instante en el que he visto el amanecer sonoro desde la ventana de mi cuarto diminuto y he decidido que ya no quiero ser tú.

Quiero darte las gracias por haber cuidado de mí
todos estos años. Te quiero agradecer todas esas veces que me has protegido para que no me hicieran daño, aunque eso significara no sentir nada. Todos esos momentos en los que me has defendido ante la incertidumbre, aunque eso significara estar alerta a todas horas, todos los días y todas las noches. Todas esas lunas que pasé junto al insomnio (el futuro me aterraba tanto que me paralizaba), eras tú quien se ocupaba de introducirme en un mundo de fantasía para no acabar llorando hasta quedarme dormida. Pero tu trabajo ha terminado.
Hoy me he dado cuenta de que ya estoy preparada para afrontar todo eso que antes me hacía pequeña. Quiero coger todo ese sufrimiento y aceptarlo como parte de mí. Quiero atender todas esas heridas infectadas y sin curar, algunas todavía abiertas, y aceptarlas como parte de mí. Quiero que tú ya no seas una armadura porque somos la misma persona y quiero aceptarte como tal.
Es cierto que no puedo controlar lo que pasó, pero si puedo controlar lo que pasará. No puedo controlar el mundo, pero sí puedo controlar mi reacción ante él. Por eso hoy me he elegido a mí.
No me cansaré de repetirlo: gracias, pero todo tiene un final y éste es el tuyo.
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