Cuando vuelvo a la casa en la que me crié te echo mucho más de menos. Creo que llenaste un vacío en mí que deberían haber llenado mis padres. Creo que por eso cuando vuelvo a casa me doy cuenta de que echo de menos tener a alguien a mi lado, que me atienda, que me conozca y que me quiera como soy.
Alguien que esté dispuesto a hacer cualquier cosa para estar en paz (con él mismo y conmigo). Alguien que quiera pasar todos los días y todas las noches abrazándome y besándome y diciéndome lo mucho que valgo por el resto de la eternidad. Alguien que me escuche y que me crea (cosa rara de encontrar) y que no me juzgue por acoger sentimientos en mí que resultan a la vez desagradables y crudos pero necesarios. Alguien a quien le importen mis sentimientos como a mí me importan los del resto de este mundo casi muerto. Alguien que me cuide y me cocine cuando yo no soy capaz, cuando incluso levantar mis pestañas y hacer que entre aire en mis pulmones se vuelven tareas imposibles. Alguien que me devuelva su vulnerabilidad cuando yo muestro la mía. Alguien con quien reír, descubrir, explorar... crecer. Alguien con quien contar, en quien pueda confiar, con quien sentirme segura, protegida.
Creo que me cuesta tanto olvidarte porque en el fondo sé que has sido la única persona que me ha dado todo esto y más. Creo que me cuesta tanto dejar de quererte porque has sido el único que me ha querido.
Tengo que dejar de sentirme débil solo porque el mundo no ha sido capaz de ver mi poder. Tengo que dejar de sentirme débil solo porque tú no fuiste capaz de soportarlo.
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