
No sé que hora era. Me acosté tarde. El insomnio me vino a visitar como cada noche en aquella época. No me dejaba en paz. Tenía la mirada tan cansada que parecía que la vida me había abandonado. Por fin mi cuerpo se rindió.
De pronto estaba en una pradera. Había gente, como tres o cuatro personas. Parecían despreocupados. No existían dentro de lo que conocemos como realidad. El sol daba tanta luz y tanta paz que nadie se dio cuenta de que se acercaba lo oscuro. El mal.
Empezamos a correr de las sombras que gritaban desde el cielo. Yo no entendía nada. Para mí eran solo nubes. Les pregunté que por qué le temían a lo oscuro. Uno de ellos me respondió tranquilo: “No podemos vivir allí donde no hay luz. Prefiero morir a vivir en un mundo de oscuridad.”
Me desperté. Nunca había sentido eso. Nunca nadie me había comprendido de esa manera. Aunque esas personas las hubiese creado mi subconsciente, fue reconfortante sentir que, aunque fuera por unos segundos, no estaba sola. Pero estaba en mi cama. Pero estaba sola. Otra vez.
Comments