
No sabía qué hora era, pero era tarde. No podía dormir desde hace días. Sus ojos estaban secos, rojos. Se quedó dormida. Por fin se quedó dormida.
Su subconsciente había creado un paisaje verde, muy amplio. También creó a tres o cuatro personajes con los que pasaría esa noche. Estaban relajados, sentados en la hierva. Uno de ellos tocaba los bongos. Era un día muy soleado pero, a lo lejos, se acercaban poco a poco nubarrones grises gigantescos además de una niebla espesa.
Se levantaron, y ella con el grupo de desconocidos, y corrieron. Ella mantenía una expresión de confusión en su cara. No entendía qué pasaba, por qué corrían. Decidió preguntarles y uno de ellos respondió: “No podemos vivir allí donde no hay luz. Prefiero morir a vivir en un mundo de oscuridad.”
Se despertó. Ahora ella también estaba relajada, como los personajes al principio. Casi se podía apreciar, si la hubieras visto, un atisbo de sonrisa, como la de la Mona Lisa. Los demás habían desaparecido. Volvía a estar sola. Sola en su cama. Otra vez.
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